Relato de sexo con chica filipina

Al final tuve que salir del baño, pues no conseguía eyacular ni imaginándome la historia sexual más erótica con una mujer filipina.

Mi mente estaba dispersa en mi vida laboral. Odiaba eso a más no poder, pues no dejaba de gobernar mi mente a pesar de llevar tres días en aquel país tan lejano del sudeste asiático.

Me tumbé solitario en la cama del hotel, y gracias a Dios que solo fueron unos pocos pesos de los suyos lo que me cobraron por el alojamiento, así que tranquilo por ese lado. Así no sentía que estaba perdiendo más de lo debido y, total, para nada.

Pero tres días ya era mucho para seguir taladrando mi cerebro con el trabajo. Sí, es verdad, no sé desconectar ni estando de vacaciones. Tenía que cambiar esto de una manera u otra, y además tenía muchas ganas de tener sexo con mujeres filipinas bonitas, sueño que hasta entonces no se había cumplido.

¡Joder, quería una chica filipina en mi vida!

Mil y una batallitas había escuchado, visto y leído con anterioridad como para volver a casa sin probar el dulce néctar de una buena filipina. Relatos de sexo del paraíso filipino en los que yo nunca era el protagonista. Mi vida en los últimos meses se había centrado en estudiar su cultura; y en sus mujeres con mayor profundidad, para qué vamos a mentir.

Pero allí estaba yo, desnudo boca arriba, con aquello más flácido que un flan hecho hace una semana…

—Puto trabajo de mierda… deja de joderme las vacaciones —me dije.

Fue entonces que me levanté como un resorte, me vestí, me calcé, cogí el teléfono y la billetera, para terminar de alistarme rociándome mi perfume preferido. Me miré desafiante en el espejo.

—Colega, hoy es tu noche —le motivé al del espejo.

Bajé las escaleras raudo, como si los pubs fuesen a cerrar a las nueve de la noche. Me dio lo mismo, mi velocidad no aminoró. Creo, porque pensaba que si me relajaba, también mi impulsividad actual se esfumaría, y volvería a mi estado depresivo anterior. No me quise arriesgar. Así que pasé por delante de los recepcionistas, que se quedaron mirando atónitos cómo salía del hotel.

Corrí tan rápido como la mayoría de mis pajas, para alcanzar uno de los métodos de viaje público en Filipinas, los jeepneys. Fui tan veloz como pude hasta la para próxima parada, pues había visto que llegaba uno desde lo lejos.

Logré subirme, y le dije al chófer el lugar donde me dirigía; famoso por ser un sitio placentero por antonomasia, especialmente para el género masculino. Así que los allí presentes me miraban (intentando) de manera disimulada.

Cuando me bajé del vehículo comprobé al instante la razón de las miradas, y de tanta fama que catalogaba este lugar como un paraíso para el hombre heterosexual.

La chica filipina que levantó mi pasión… y otra cosa

“Es más divertido en Filipinas”. Eso decían a menudo. Ahora lo entiendo todo. ¿Cambiaría mi suerte al fin?

La noche prometía. Las luces que coloreaban los establecimientos, a menudo pubs, bares, y lugares de esa índole, se reflejaban en mis ojos estupefactos de alegría. El color de las luces de los letreros solo podían rivalizar en majestuosidad con las sensuales mujeres filipinas allí congregadas. La música que salía de cada bar, ya sea en forma de karaoke que tanto les encantaba, o del DJ de turno, llenaban la ambientación sonora del lugar.

Tampoco faltaban nunca los puestos de comida callejera, que estaba tan deliciosa, por cierto; la sonrisa de los transeúntes que paseaban felices como no podía ser de otra manera; los foráneos que caminaban de la mano de su chica filipina de turno…

Aquello sí era un paraíso.

Comencé a andar por la abarrotada calle. Estaba llena de turistas occidentales, sobre todo de habla inglesa, diría yo. Como contraparte, muchas pinays (filipinas) muy cortas de tela, se insinuaban casi a cada metro, con unas sonrisas que levantaban… el espíritu.

Yo seguía mi paso, maravillado por la escena, dejando que mis piernas tomaran el mando mientras que mi «tercera pierna» ya era ingobernable. Por lo que ahora mismo me atrevería a decir, sin temor a error, que si estuviera en el hotel, la paja ya no sería ningún problema, pues tenía material fresco en mi mente como para varias semanas.

Pero no había ido allí para llenar mi mente de imágenes que no se pueden tocar, sino para vaciar mi… espíritu. Aunque sonara frívolo, como dije antes, ¿a quién queremos engañar?

Pasé varios minutos caminando, hasta que la muchedumbre en masa iba quedando reducida poco a poco. Y aquella había sido la mejor decisión que había tomado en toda mi vida. Pues allí estaba ella, «sentada» sobre sus propios talones: así era habitual sentarse allí en Filipinas, si no había silla cerca. Ella miraba su teléfono móvil con una atención absorbente. Lo mismo me pasaba a mí mirándola a ella.

Llevaba una mini falta holgada, que sabía manejar bien para no dejar que sus braguitas saltaran a la vista; eso, o unas tanguitas, no lo sabía aún. Sus piernas eran finas, gráciles, ligeramente bronceadas. Sus pies eran hermosos en sus diminutas sandalias, incluso tan sucios como los tenía. Pues gran parte de los caminos allí aún seguían siendo terrosos.

Su cabello, lacio como si fuera una regla inamovible de la naturaleza. Rubio teñido como un fresco y dulce helado de vainilla en época de verano. Eran tan largo que rivalizaba con su faldita por ver quién tapaba mejor su elegante culito.

Su torso lo cubría un ajustado top que dejaba al fresco su ombligo. Y en la zona de las tetas… Dios, la zona de las tetas. Allí su top se asemejaba a esos típicos corsés del siglo XVIII, que apretaban hasta el alma de una manera que parecía que de un momento a otro le iban a sacar un ojo aquellos pezones que se dejaban notar tras la fina tela. He de decir que las suyas no eran unas tetas muy exuberantes no, pero os aseguro que una mano no cubriría toda la voluptuosidad de tan solo una de ellas. Así que, a mí eso me bastaba.

Aquella chica filipina tan sensual aún no había reparado en mí, y yo ya me había imaginado cómo sería mi vida entera con ella. Aquella pequeña criaturita filipina que levantaba mi pasión… y también otra cosa. ¿Qué edad tendría? No era muy bueno intentando adivinar esas cosas porque la genética asiática es más longeva, ella podría tener treinta y aparentar dieciocho años recién cumplidos.

Entonces aquella flor del paraíso se levantó y siguió su propio camino, dándome la espalda, lo que hizo que yo volviera de mi ensoñación. Sería una mujer filipina pobre, probablemente, pero sus andares eran más esplendorosos que cualquier diamante.

La seguí unos minutos a distancia prudente. Lo suficiente como para comprobar que, incluso entre las demás mujeres filipinas, ella era muy bajita. Quizás rondaría entre los 140 centímetros. No lo sé, pero, ¿a quién le importa? ¿Y a quién no le enciende una mujercita ligera y manejable?

Mi salvadora filipina

Me tenía hipnotizado ese caminar que llevaba. Tanto, que tropecé con un muchacho local, que se enfadó y me devolvió un empujón, comenzando a amenazarme en su idioma tagalog; del cual no entendía prácticamente nada. Salvo alguna palabra suelta que sonaba a español.

Ella, que lo estaba oyendo gritar, se dio la vuelta como un alma caritativa y se acercó para interponerse entre él y yo. Eso solo hizo que me enamorara aún más. Ella le gritaba a mi “agresor” con ferocidad, pero con una voz tan dulce como la de una niña.

Sí, ella me defendió. Que con suerte le llegaría a la parte baja del pecho a aquel chico filipino. Me dio mucha ternura, la niña. Y aun así consiguió que se largara. Eso sí, sin dejar de gritarme y mirarme enojado, hasta que desapareció engullido por la muchedumbre.

Ella se dio la vuelta, y con una sonrisa encantadora me ofreció su pequeña manita para tratar de levantar a un hombre que quizás (quizás no, con total seguridad) pesaba el doble que ella. Fue enternecedor. Tanto, como aquella sonrisa que logró hacer que me olvidara de todo lo malo que alguna vez me pasó en la vida. Ya solo existía para ella. Mi filipina, mi ángel, mi sol.

—Hola, señor. ¿Está bien? —cogí su mano suavemente y me levanté por mí mismo, intentando simular que ella me ayudaba.
—Sí, sí, señorita. Muchas gracias por ayudarme con ese hombre —respondí sacudiéndome el polvo, y devolviéndole la sonrisa.
—Lo siento señor, era mi primo. Tengo muchos familiares por aquí. Pero no se preocupe, yo me encargaré de que no te moleste más. Soy Lorraine —me tendió la mano de nuevo, esta vez, para presentarse. Así que yo hice lo propio.
—Yo soy Marc. Un placer, Lorraine. Hablas bien español… Por cierto, ¿cómo supiste que hablo español?
—Por su camiseta, señor… —dijo con una risa divertida y enamoradora.

Me había despistado tanto con la hermosura divina de aquella mujer filipina que me había olvidado de la camiseta que me había puesto. «Spain is diferente» estaba estampado en mi prenda de ropa.

—¿Le gusta Filipinas, señor?
—Por favor, dime sólo «Marc».
—Oh, está bien… Marc —su tono fue tan seductor—. Aún no ha respondido mi pregunta… Marc —su tono volvió a ser muy seductor, tanto, que empecé a ruborizarme.
—Ci-ci-cierto… esto… Sí, por supuesto, señorita Lorraine —traté de disimular mi creciente nerviosismo pero, auguraba, con pésimo resultado, a tenor de su linda risita mientras tapaba su pequeña boca con la mano.
—¿Y qué es lo que más le ha gustado de Filipinas hasta ahora, Marc?
—Tú. No, tú no… quiero decir… —tragué saliva— ¡Las playas!, la comida callejera… —joder, caí en su trampa.

Ella volvió a hacer lo de la risita. Me daba algo de rabia por ponerme tan nervioso, y que hiciera se riera no ayudaba, pero, al mismo tiempo, me parecía tan linda mientras lo hacía…

—Entonces, ¿yo no te gusto? —me preguntó juguetona.

Ella se me acercó un pasito más y me miró alzando la vista, pues ella me llegaba por el pecho. Lo cual aproveché, aunque no era nada difícil, para mirarle el escote tan remarcado que tenía. Aunque traté, desde luego, de que no se diera cuenta. Pero ella hacía estas cosas a propósito, así que… obvio que se dio cuenta.

—No, sí. Sí, me gustas. O sea… —pero ella me puso un dedo en los labios frenando mi tartamudeo.

Volví a caer en su trampa, aunque esta vez no se rio, siguió con semblante serio. Y para mi sorpresa, me cogió de la mano.

—Ven conmigo —aquello sonó como música para mis oídos.

Y me llevó con ella, hechizado por el tacto de su pequeña mano. Y a mí no me importó dónde me llevara mientras fuese con la chica filipina que me salvó.

Las calles se iban estrechando mientras más caminábamos, al tiempo que desaparecían las luces. Lo cual me asustaba, así que apreté un poco más su pequeña manita en un acto reflejo casi involuntario. Mi chica filipina lo notó porque enseguida soltó mi mano y… ¡me abrazó por la cintura con su brazo izquierdo! Aquello me tranquilizó y me dejé llevar, mi brazo derecho cruzó su espalda desnuda hasta sujetar su hombro derecho.

Ella era tan suave, que tocar su hombro casi se convirtió en una terapia relajante, pues mi mente sólo pensaba en la delicada piel de mi salvadora filipina. ¿Cómo sería el resto de su cuerpo? «Vamos, Marc… no sigas por ahí». Pero mi mente me traicionó, porque sí que seguí por ahí… ¡Sexo con una chica filipina sería cumplir mi fantasía!

Paja turca filipina

Entonces, tratando que la sensual jovencita filipina no se diera cuenta, intenté colocar bien mi polla en los pantalones porque me estaba cambiando de dureza…

Y me pareció fácil esconder aquel acto en aquella oscuridad, pero la risita de ella volvió al ataque. Mierda, sí que se había dado cuenta. A aquella chica era imposible esconderle nada. Me morí de la vergüenza, pero todo siguió en silencio hasta que llegamos al destino.

Aquel lugar estaba muy oscuro, tanto, que cuando ella me soltó y se alejó de mí, no la vi en absoluto.

—¿Lorraine? —pero no me respondió.

Allí hacía algo más de fresco que por las calles ajetreadas del núcleo poblacional. Estaba pisando arena y oyendo claramente la vida del mar. Todo eso me habría parecido maravilloso hasta hace un momento, cuando Lorraine aún me tenía sujeto.

—¿Lorraine…? —nada, sin respuesta.

¿Estaba jugando conmigo? ¿Se había largado?

Una luz se encendió. La vi a lo lejos con aquella risita linda y maliciosa al mismo tiempo. Con el dedo ella me decía que la siguiera, y lo hice sin rechistar. Más aún viendo cómo se tambaleaban aquellas nalgas, pequeñas y redonditas.

Sí, mi querido lector, yo también deseaba tapar las dos nalguitas de aquella filipina con mis manos vacías.

—Este resort es propiedad de mi familia. Ahora está vacío por reformas, no te preocupes. Esta noche será un refugio privado para nosotros dos, bajo la luz de la luna. ¿Te gusta la luna, Marc?
—Sí, claro. Mucho, Lorraine.
—Bien, nos llevaremos mejor así —rió con gracia. Algo que me contagió, e hice lo propio.

¿Qué quiso decirme aquella atractiva chica filipina con eso de «esta noche será un refugio privado para nosotros dos bajo la luz de la luna»? ¡¿Que íbamos a tener sexo?! Intenté no pensarlo demasiado para no parecer más tonto de lo que ya me había mostrado.

Ella me observaba desde la distancia. Y con una mezcla de curiosidad y determinación, decidió acercarse. Ella misma sabía que su presencia no pasaría desapercibida para mí, y estaba dispuesta a utilizar su encanto para romper el hielo con el reservado extranjero.

Se acercó aún más a mí con una sonrisa coqueta. Sus ojos brillaban con un toque de picardía.

—¿Disfrutando de la noche? —preguntó suavemente.

Su acento era melodioso, añadiendo un toque exótico en su pronunciación. Me sobresaltó un poco, no acostumbrado a la atención directa de una mujer tan atractiva.

—Sí, es un lugar hermoso —respondí, tratando de mantener la compostura.

Y Lorraine se rio suavemente, un sonido que hizo eco en el silencioso y cálido aire de aquel lugar.

—Pues es aún más hermoso cuando se comparte —dijo, acercándose un poco más—. ¿Te gustaría acompañarme a la orilla del mar? Es un lugar perfecto para relajarse y charlar. Allí tenemos un pequeño pantalán mar adentro. Descuida, no te mojarás más allá de las rodillas para llegar a él —dijo divertida, llevándome del brazo.

Sin poder resistirme a su encanto, asentí sin más y me dejé llevar al mar, donde el agua reflejaba la luz de la luna creando un ambiente mágico. Lorraine, la filipina con la que yo deseaba tener mil noches de sexo, se sentó en el borde del pantalán, con sus pies jugando en el agua. Así que la imité, sintiendo una mezcla de nerviosismo y emoción.

—Cuéntame sobre ti, Marc —dijo, inclinándose hacia mí.

La proximidad de la chica filipina me lanzó una oleada de calor a través de su cuerpo. Parecía un super ataque. Pero me confundí, porque aquel calor sólo era mi propio cuerpo elevando su temperatura… y algo más que la temperatura…

—¿Qué te trajo a Filipinas? —preguntó, tapándose la boca para reír con la travesura que la caracterizaba.

Por aquella atrevida risita imaginé que volvió a notar mi erección bajo los pantalones. Para mí era imposible no quitarme de la cabeza el cuerpo desnudo de la chica filipina teniendo sexo conmigo, sexo bestia.

Pero, ¿qué le iba a responder?, ¿que lo que realmente me había traído a Filipinas era follar con una filipina, follar con ella?

Tomé un respiro profundo, calmando mi pervertida mente (si es que aquello era posible con ella a mi lado), y la miré a los ojos para responder.

—Siempre he querido viajar y conocer nuevas culturas —expuse—, y ahora que te he encontrado a ti, el viaje ha valido la pena.

Je, je,… Ahí me anoté un punto en el partido. Esa frase la había escuchado en una película. Sólo esperaba que ella no fuera fan de la misma película para que no viera que la copié.

Y Lorraine sonrió, su mirada estaba fija en mí. Mi frase le había gustado. Intuí que no había visto la película.

—Te aseguro que sí ha valido la pena que vinieras —murmuró—. Hay algo en ti que me intriga, Marc.

Se inclinó aún más cerca, sus labios apenas rozando los míos. Sentí el corazón latir con fuerza en mi pecho. La cercanía de la irresistible filipina, su erótica fragancia, y el toque suave de su piel contra la mía, me envolvieron en un torbellino de sensaciones.

—¿Sabes…? —su voz apenas era un susurro—. A veces, las noches como esta están llenas de posibilidades.

Antes de que pudiera responder, Lorraine me besó suavemente, uniendo sus labios con los míos en un beso lento y apasionado.

Ahí estaba. Aquel beso suyo era una invitación, una promesa de lo que la noche podía ofrecer… Sexo salvaje con una chica filipina. Así que, en ese momento, durante aquel largo beso, decidí dejar de lado mi timidez y dejarme llevar por el encanto de la hermosa y sensual filipina junto a mí.

¡Metió su mano entre mis pantalones! Inevitablemente descubrió un secreto a voces, que era la dureza de su premio. Y ahí mordió mi labio, traviesa. Entonces alejó su cara para mirarme un momento con una sonrisa pícara y me volvió a besar como si se fuera a acabar el mundo mientras acariciaba mis dos criaderos con cuidado, y cogía de cuando en cuando el soldado firme que los custodiaba.

Su mano en mi pene era una delicia tal que no me importaba si aquella noche se acababa el mundo.

Sus besos pasaron a mi cuello, pero su mano seguía igual de inquieta en mis partes ya no tan nobles. Al tiempo, su otra mano acariciaba mi cara, mi torso, y todo lo que iba encontrando a su paso. Mientras, yo solo acompañaba su beso y le ponía las manos en su pequeña cintura de avispa.

La erótica filipina de metro cuarenta me tumbó sobre la madera del pantalán, que crujía de cuando en cuando. Me bajó los pantalones y los calzoncillos como si nos conociéramos desde hace tiempo, ¡y me besó el pene de arriba a abajo!

Succionó mis bolas mientras jugaba con ellas con la lengua, al tiempo que me pajeaba con su mano. La piel se me puso de gallina, era espectacular. ¡Esa pequeña filipina y su sexo oral me tenía en los mismos cielos!

Al terminar el trabajo oral, se quitó el ajustado top y la diminuta falda para quedar en un bikini de rayas celestes y blancas, los colores del cielo al que ella me había llevado de visita.

Creí que la visión no podía mejorar aquella noche, pero entonces aquella filipina lasciva se quitó la parte de arriba del bikini celestial, descubriendo la perfección de sus tetas, redondas y morenitas, como dos cocos sabrosos.

La mujer filipina y yo íbamos a tener sexo. Y no solo no era un sueño, no solo era una diosa real… ella parecía todo el Monte Olimpo junto y yo había entrado.

Lorraine incorporó su pequeño cuerpo de 140 centímetros, para incrustar sus calentitas y voluptuosas tetas en mi pene. Solo colocó allí sus dos pechos, dejando al soldado en medio de ellas. Y luego me miró traviesa, pero sin sonreír esta vez. Me besó el ombligo y comenzó a jugar en él con su lengua.

Dios mío, aquella lengua parecía haber sido amaestrada desde que nació. Mis manos trataron de sujetar las tablas del pantalán a mis costados pero, no encontraron asidero, como era normal. Así que me agarré los pelos de la cabeza, sin saber ya qué sujetar. Entre aquellas tetas calentitas en mi pene, y su lengua amaestrada en mi vientre…

En España lo llamamos «paja turca» y en Francia le dicen «paja española». Pero lo de aquel día era una PAJA FILIPINA.

Ella comenzó a moverse arriba y a abajo, follándome con sus tetas. Pasó a sujetarme los hombros, así que yo pude agarrarla a ella por los brazos. Pero juro por los dioses que poco más podía pensar. Mi mente se concentró en la paja con sus hermosos pechos. Era todo tan magistral que la hubiera llenado de semen en toda la barbilla, el cuello, y algo me caería en la cara a mí también, porque aquello hubiese estallado como un volcán si la filipina no se hubiera detenido repentinamente…

…para cambiar a una postura mejor.

Me follé a una filipina

Ella se sentó sobre mi pene, sin penetrar. Solo apoyando su vagina arriba de él. Yo estaba jadeando de placer, tratando de hacer el menor ruido posible con mi voz.

Sin casi darme un respiro para que mis testículos retrasaran un poco la inminente explosión de crema, ella comenzó a contonearse bailando sensual con su cintura, restregándose el lubricante que expulsé en sus tetas, en su cuello, e incluso chupando sus dedos. Era muy traviesa.

Entonces Lorraine ya no me miraba, solo disfrutaba de sí misma, bailando con su torso, sentada en mi pene. Se la veía gozosa conmigo y eso hacía sentirme muy macho. 

Estuvo así varios minutos, lo cual me dio tiempo a tranquilizarme un poco, si eso era posible con ella encima de mí, ya que no podía dejar de admirar su espectáculo.

Qué bien se movía la filipina, tan sensual, con una lentitud calculada. Tragué saliva. ¿Era algún tipo de masaje filipino erótico? Lo fuera o no, mi pene no paraba de soltar lubricante. Y por lo visto ella lo saboreaba con su vagina, hasta que se lo metió sin siquiera tocarlo.

¡Ahora bailaba con mi polla dentro, en el fragor de sus paredes vaginales! Y si ya era una delicia estar debajo de ella en aquel hipnótico baile que se traía, no quieras imaginar, querido lector, cómo me estaba sintiendo yo con mi miembro viril frotando todas las paredes de aquel túnel angosto en movimiento.

¡Me estaba follando una chica filipina! Puto paraíso en la Tierra. No quería que aquella noche se acabara jamás.

Luego dejó de bailar de aquella manera erótica y comenzó a hacerlo de otra más reconocible para mí. Me empezó a follar sentada sobre mí, era maravilloso.

Así que no pude evitarlo, no pude ni avisar, y supe que ella tampoco quería que le dijera nada, supe que ella estaba follándome tan salvajemente como su mini cuerpo se lo permitía sin miedo a que me corriera dentro de su apretada pero blanda vagina.

Al cabo de poco tiempo me corrí. Y ella no me dejó solo, se frotó la vagina con mi polla aún dentro, haciendo que su chorro me inundara todo el torso. Corrida doble, crema extra por todos lados.

Insisto, magistral.

Aquella filipina acabó con todas mis “esperanzas” de querer irme con alguna otra mujer en el mundo. Eso ya para mí no era una opción. Caí en sus redes como un guerrero desarmado hechizado por la bruja más atractiva de todas las historias épicas. Caí total y enfermizamente. Ella me tenía cogido por los huevos. Y yo solo la amaba a ella.

Se abrazó a mí cariñosamente y quedamos ambos tumbados sobre aquellas tablas de madera, mirando la luna, que hacía de guinda del pastel perfecto.

—Ha sido lo mejor de mi vida —le confesé desde el alma.
—Lo sé —me respondió ella con una risilla picarona y encantadora.

Y antes de que yo pudiera decirle alguna otra cursilada, ella se anticipó:

—Ven, quiero enseñarte algo.

Nos vestimos de nuevo, aunque ella se dejó solo el bikini de rayas celestes puesto. Y volvimos sobre nuestros pasos, hacia el resort.

—¿Te gustan las piscinas?
—Bueno, sí… no están mal. Aunque prefiero la playa, realmente.
—Te lo preguntaré de otra forma, señor Marc —aquella chica era incorregible, así que no le recordé que no me llamara «señor», y la dejé simplemente ser—. ¿Te gusta esta piscina… conmigo desnuda dentro? Espero que tu respuesta ahora sea un «sí».

Me puso ojitos tristes.

Que algún hombre valiente se atreva a decirme que puede resistirse a aquellos ojitos.

Exacto, ninguno.

Y ella lo sabía, tal como sabía la respuesta que le daría. Aquella pequeña y traviesa mujercita filipina era una experta seductora. Y, además, su hermoso cuerpo la ayudaba sobremanera; era irresistible.

—Sí, claro que sí. Me encantaría.
—Entonces… ¿qué haces vestido todavía? —me reprendió mientras se quitaba la escasa ropa que llevaba puesta y bajaba la escalinata de la piscina sin dejar de mirarme con una sonrisa pícara imborrable.

Aquella imagen me acompañaría de recuerdo en todas mis futuras pajas. No habrían más días en el hotel sin eyacular.

Justo cuando su hermoso cuerpo estaba a punto de cubrirse bajo el agua de la piscina, me invitó a entrar una vez más, con sus dedos. Se dio la vuelta y se zambulló dejándome ver sus nalguitas mojadas. Y cuando volvió a salir meneó su cabeza, lo cual provocó que sus largos cabellos rubios me mojaran y me despertaran del ensoñamiento al que estaba siendo sometido por aquella linda mujer filipina.

—¿Vienes, o tengo que ir a buscarte?

¡¿Íbamos a follar otra vez?! Por mí, encantado. Mi soldado tenía mucha munición y no tendría inconveniente ninguno en recargar su arma.

Lorraine empezó con uno de sus bailes sensuales… Tragué saliva, me saqué toda la ropa en menos que canta un gallo y, por acto reflejo, tapé mi pene, que obviamente estaba bien duro. Ella se rio.

—¿Qué vas a taparte ahora, señor Marc? Ya sé cómo está tu palo… es lo normal cuando se está conmigo —y me guiñó un ojo mientras continuaba su baile.

Parecía disfrutar teniéndome bajo su hechizo. Y la verdad es que yo también.

Reí de forma nerviosa y me tiré a la piscina, nunca mejor dicho. “Que nos quiten lo bailao”, pensé.

—Woooh… qué fría está.
—Creo que es usted el que anda caliente, señorito Marc —ya hasta me empezaba a gustar lo de «señor» con ese sexy acento filipino.
—Touché— sonreí, rascándome la cabeza.
—Ven, te curaré aún más tu frío…

Mordí mi labio, y sabe Dios que casi me lo estallo del deseo que me inspiraba aquella endiablada, pero dulce, filipina.

El agua me llegaba por el ombligo y, a ella, por ende, por los hombros. Pero se movía como pez en el agua, y se me acercó veloz. Parecía una verdadera sirena.

Ya junto a mí, me acarició la erección de abajo a arriba. Y siguió desde allí al ombligo, y luego desde el ombligo a mi pecho, el cual acarició con la misma ternura que mi pene, haciéndome sentir como un hombre.

Ella hizo el mismo recorrido con su mirada, pero dejó sus manos en mi pecho, y siguió su mirada hasta mis ojos.

Aquella era una mirada de auténtica depredadora con cobertura de miel.

Me volvió tan loco y apasionado que por fin tuve el valor de actuar por mí mismo en aquella piscina, de la que ya no recordaba la temperatura.

Con una mano enredé mis dedos en sus cabellos y atraje su cabeza hacia la mía. Y mientras nuestros labios descubrieron la gloria juntos, mi otra mano estrujó su perfecta nalga.

Esa morena filipina estaba tirando por los suelos toda mi timidez. Ella lo sabía, lo provocó, porque ese era su cometido. Era una profesional en aquello. Y así, todo sería entonces mucho más fluido, fluido hasta el final…

Era tal mi felicidad que me armé de vigor y la alcé en mis brazos sin despegar nuestros labios, como si lo hubiéramos practicado siglos.

Mi pene erecto pasaba por debajo de ella y rozaba su lindo culito. Lorraine mordió lasciva mi labio inferior y se dejó caer un poco en mi regazo, como incitándome a hacer lo que más me apetecía en aquel momento: meter mi polla en su oscura pero dulce morada.

Y así lo hice. La penetré suavemente hasta llegar al fondo. Ambos soltamos un gemido de placer juntos, muy bonito sentimiento.

Suspiré ligeramente, cerrando los ojos por un instante. Ella me agarró la cara con una mano, y con voz severa y mirada seria me ordenó:

—Ahora haz que el agua de la piscina rebose como en una tempestad.
—Y que cada vela aguante su palo —acepté su orden, envalentonado, delatando mi vena friki de las historia de piratas, sin miedo al ridículo.
—Tranquilo, señor Marc… de tu palo me encargo yo.

Embestí con mis caderas a aquella chica filipina abierta de piernas. Con energía pero suavemente, la penetraba una y otra vez.

Y menos mal que la música festiva de las calles solapaban el escándalo que estábamos montando aquella pequeña filipina y yo, porque sino, raro sería que todas las ventanas del hotel no se estuvieran abriendo de par en par para curiosear lo que estaba pasando en aquella piscina, pues nuestros gemidos iban en aumento con cada penetración.

El agua rebosaba tal como ella me había pedido. Yo cumplo todo lo que me pida mi reina filipina. Aunque recuerdo que era una piscina que tenía la superficie a ras del tope del muro, pero no era una piscina pequeña, por lo que cumplí los deseos de mi asiática favorita.

Los dos gritábamos de placer como condenados al castigo del sexo eterno. Y sus gemidos en voz alta hacían trabajar a mis bolas para producir tanto semen que inundaría la piscina, era como el grito de bravura que daba un general a sus soldados para lanzarse heroicos en la batalla.

Solo era cuestión de tiempo que me corriera nuevamente, lo que hizo que soltara un largo suspiro placentero. Un chorro de crema blanca que se adentraba en la vagina de Lorraine como escopetazos de rifle del más alto calibre.

Cuando terminé de vaciarme dentro de ella hasta la última gota, mi flor filipina me sonrió, agarrada a mí. No quiso separarse de mí, acompañando mi placera momento. Lorraine era muy buena persona, se notaba que disfrutaba haciéndome sentir bien.

No sé si fue porque sintió lástima hacia mí al verme en el suelo por el empujón de su primo, o si fue simplemente porque le atrajo mi timidez, pero algo sintió por mí y quiso compensármelo con el mejor sexo en Filipinas.

Ella no dejaba que sacara mi soldado de su inundada caverna. Lo dejó allí, calentito, en casa, con el disparo reciente echando humo. Y yo no forcé el apartarla, así que allí quedamos un rato.

Había unas bolas flotando en la piscina en las que había reparado justo ahora. Juro por Dios que no eran las mías. Eran de las que se iluminaban en colores, así que aquello parecía un arcoíris nocturno en un cielo de agua turquesa. Me sentía exactamente donde estaba… en el puto paraíso.

Y tras aquel día no perdimos el contacto. Cada vez que quedábamos era para procrear como animales en celo. Con la filipina hice muchas posturas del kama-sutra. Ella tenía un cuerpo tan manejable… y encima me dejaba hacerle lo que yo quisiera.

Nunca me pidió nada a cambio. Ni dinero, ni nada. Lorraine fue lo mejor que me pasó en aquel viaje lleno de amor, una fantasía hecha realidad. Tuve mucho sexo con una chica filipina a cambio de nada.

O ahora que lo pienso, ¿no habrá quedado embarazada de mí? De ser así, significaría que estoy encadenado con aquella gata filipina para siempre…

…¡Eso es genial!

 

♥♥♥    FIN    ♥♥♥

¡Ahora Lorraine también puede ser tuya!

Lo que yo viví de primera mano con Lorraine fue una sensación indescriptible, así que la mejor forma de explicártelo es que tú vivas la misma experiencia por ti mismo. ¡Y por eso ahora esta filipina salvaje puede ser tuya!

Las muñecas sexuales realistas de baja estatura son muy solicitadas debido a su bajo peso y fácil manejo, por eso Lorraine es la sex doll perfecta. Además, tiene unas medidas muy sensuales y un rostro adorable.

La blandura del material de su cuerpo es como la de un cuerpo humano, lo que hace que tener sexo con Lorraine sea lo más parecido a la realidad. Y el esqueleto metálico de su interior permite un rango de movimientos en todas sus articulaciones que no hay ninguna postura que no pueda imitar. ¡Haz realidad todas tus posturas sexuales favoritas!

Déjate enamorar por la filipina que me hechizó y conviértela en tu compañera sentimental. Podrás contarle tu día a día, abrazarla, acariciarla, dormir con ella y, sobre todo, ¡rellenar sus tres orificios: boca, vagina y ano!

 

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